Sin la bahía, su puerto, Montevideo no hubiera tenido motivo de ser, no hubiera existido tampoco.
Si como dijo alguien, el Nilo es el padre del Egipto, se puede decir también que nuestro país es hijo del Puerto de Montevideo. Arco admirablemente abierto en una saliente estratégica de América Meridional, refugio amparado de los vientos en una costa temida –y con sobrada razón– por muy peligrosa, fondeadero de acceso fácil –el sólo– en la extensión de costa Sud-atlántica que comprende desde Santa Catalina hasta el Estrecho de Magallanes, enorme extensión continental que únicamente puede medirse con medidas de planisferio: 20 grados de Meridiano, 1200 leguas, 6000 kilómetros, diez días de trayecto de un gran vapor, la bahía de Montevideo tuvo la fuerza eficaz de lo inevitable naturalmente...
Este Puerto único, obligó al navegante a buscar su protección, le hizo conocer su ruta, lo forzó a esperar en sus orillas, que el barco estuviera pronto de nuevo para darse a la mar calafateados los cascos y remendadas las velas, y Montevideo pudo nacer y desarrollarse. Mar Dulce según lo llamara primero Solís, Río de la Plata más tarde, nunca el Río de la Plata fue en realidad ni mar ni río.
Del mar le faltó la hosquedad enemiga, permanente y sonora, notoria recién en las costas de Rocha; la transparencia límpida y el verde profundo donde las espumas dibujan en blanco las vetas de un mármol; la densidad de la salsedumbre, y el mundo maravilloso de los moluscos exóticos, los celenterados de plata y los corales policromos. Del río le faltó ese algo que los ríos llevan ínsito y los hace aparecer como amigos del hombre; la orilla toda arbolada y con remansos umbríos donde podrían haberse bañado las ninfas fugitivas de Grecia; las playas breves –rectas y doradas– distintas después de cada creciente; la bendición del agua ambarina y casi sabrosa del Uruguay...
Aguas solares, de cielo latino de hondo azul magníficamente arquitecturado de cúmulos y con crepúsculos que fantasean desde un jardín hasta un incendio, la soledad –no obstante– flotaba sobre sus aguas: aguas sin barcas, sin pescadores y sin canciones.
Las costas aunque temperadas por la zona, inhóspitas y ventosas, sin olivares y sin retamas, verdes nada más que en la boca de los arroyos, eran temibles por sus piedras y sus bancos. Sólo en épocas muy cercanas los faros, las boyas luminosas y las sirenas ululantes las redimieron de una justa leyenda de horror. El día apocalíptico en que el Estuario devolviera sus muertos a la costa, la costa se cubriría de una muchedumbre de gente de todas las naciones.
El hombre ribereño resistíase a dar cara al río y edificaba su casa poniendo por medio la espalda de la loma, solicitando la generosidad de las tierras para sus ganados o sus semillas. Separación real, penetrante, hereditaria, entre tierra y mar que perduró por siglos, y que sólo rompía el alado puente de las gaviotas en continuo ir y venir, buscando a una hora los pescaditos del agua y a otra hora las isocas y los gusanos en el surco de los campos arados. Después, recién puede decirse, finalizando el siglo pasado, los civilizadores de la costa, que tan exactamente encarna la figura recia y ejemplar de Antonio D. Lussich, comienzan a modificar la perspectiva adusta. Ellos fueron –parafraseamos a un joven escritor– forjadores de titánicas empresas, que crearon junto al agua, bosques magníficos, contuvieron el mar, hicieron fecundas las arenas, escalaron las sierras para forestarlas y poblaron de pájaros el ambiente...
Y en aquel escenario histórico –que antes procuramos evocar pintándolo con pincel somero y apenas tinto, tres ciudades: Maldonado al este, cerca de los potreros donde pastoreaban los caballos del Rey; vernácula fundación lusitana, la Colonia al oeste, y entre las dos, Montevideo. De Maldonado acaso pueda decirse que estaba demasiado al Levante; de Colonia, tal vez, que estaba demasiado próximo a Buenos Aires. Pero había algo que no era la situación geográfica, algo esencial, fundamental e incontrovertible: ni Maldonado ni Colonia tenían un puerto seguro y verdadero. Por eso aquella languidecería entre las dunas y esta vegetaría junto a los viejos bastiones desartillados.
Montevideo, en cambio, con esa su bahía en herradura, que concluyó de decidir a los portugueses “a dar el gran salto” comenzaría exigiendo al español la población de 1726 para defender la costa de los mismos portugueses. Después, obligaría a la Metrópoli a insumir cantidades ingentes para convertir el primitivo campo atrincherado en la más fuerte plaza militar del Atlántico Austral, por que tenía que guarecer en la bahía los navíos del Perú cargados de metales preciosos. Más tarde, próspera a la sombra de sus fortificaciones, y bajo el signo propicio de Mercurio, capital militar y naval del Río de la Plata, Montevideo entrará a porfiar la preeminencia sobre Buenos Aires, la sede virreynal y administrativa, poniendo a vanguardia de sus merecimientos y títulos el valor, indiscutido ya, de una rada de primer orden.
Invadido el Virreynato por los ingleses en 1807, reconquista a Buenos Aires, se ilustra en una heroica defensa, al cabo de todo lo cual moldea particularidad y afirma carácter. Al calor irradiante de su prosperidad en aumento diario, la orilla oriental se enciende de núcleos de sociabilidad extendidos en un semicírculo cuyo centro se podría fijar en el medio, precisamente, de la bahía.
Iniciada la guerra de la Independencia, Montevideo ampara en sus castillos el último virrey español, luego es la sede democrática del primer gobierno artiguista, y al fin la capital de la República a la cual –por sugestión fundada– los Constituyentes de 1830 pensaron llamar República de Montevideo. Si Montevideo no hubiera existido, el territorio Oriental del Uruguay habría carecido de un esencial elemento de viabilidad, de fuerza y de cultura indispensables para ser una nación independiente.
Sin la bahía, su puerto, Montevideo no hubiera tenido motivo de ser, no hubiera existido tampoco. Así se ligan en lógica sucesión, el puerto natural, el campamento, la aldea, la villa, la ciudad, la capital y la Patria. Y constituida ya la República, esa misma bahía originaria, a mérito de su soñada transformación en un gran puerto artificial –que pensábamos el mejor de América– será la esperanza de las generaciones, la clave de todas las prosperidades, el remedio de todos los problemas económicos, llegando a punto de convertirse, por casi todo el siglo pasado, en una verdadera y única obsesión nacional.
CONTINUARÁ en EL SURGIDERO DE MONTEVIDEO SEGÚN LOS VIAJEROS Capítulo 2
INICIO DETERMINISMO GEOGRÁFICO
Capítulo 1 El Puerto origen de la Nación
José María Fernández Saldaña (1879-1961)
Historiador, escritor y periodista, fue, además de abogado, autor de una historia del departamento de Salto, donde nació, y de un sólido diccionario uruguayo de biografías, de útil y frecuente consulta y de numerosos otros estudios históricos. Fue integrante de la redacción de varios diarios de Uruguay y colaborador de la prensa argentina, a los que contribuyó con artículos sobre temas históricos, literarios y artísticos. Reunió, a lo largo de varios años, una importante colección de documentos y fotografías que conserva la Biblioteca Nacional.
José Pedro Varela
Pegaso, Año I, Nº 6, Montevideo, Noviembre de 1918, Pág. 238.
De los "Sonetos imperfectos". Sonó tu risa.
Pegaso, Año II, Nº 13, Montevideo, Julio de 1919, Pág. 27.
Uruguay antiguo. Carretas y carretones.
Diario El Día, Montevideo, 3 de Diciembre de 1933.
El Dr. Reus
Diario El Día, Montevideo, 5 de Agosto de 1934.
Las aguas corrientes
Diario El Día, Montevideo, 17 de Febrero de 1935.
El Coronel León de Palleja y su diario de campaña
Diario El Día, Montevideo, 3 de Marzo de 1935.
La Quinta del Buen Retiro
Diario El Día, Montevideo, 17 de Marzo de 1935.
El Mercado del Puerto
Diario El Día, Montevideo, 14 de Abril de 1935.
El profesor Luis D. Desteffanis
Diario El Día, Montevideo, 31 de Enero de 1937.
Los orígenes del Banco Nacional
Diario El Día, Montevideo, 14 de Febrero de 1937.
El famoso cuadro de la fiebre amarilla
Diario El Día, Montevideo, 11 de Abril de 1937.
El Mercado de la Ciudadela o Mercado Viejo
Diario El Día, Montevideo, 11 de Abril de 1937.
El primer Sitio de Montevideo narrado por un testigo
Diario El Día, Montevideo, 8 de Agosto de 1937.
Fausto Aguilar
Diario El Día, Montevideo, 12 de Septiembre de 1937.
El General Timoteo Aparicio
Diario El Día, Montevideo, 31 de Octubre de 1937.
El ferrocarril a La Unión y Toledo
Diario El Día, Montevideo, 3 de Abril de 1938.
Máximo Pérez
Diario El Día, Montevideo, 25 de Abril de 1938.
Alrededor de la muerte del Comandante Fresnedoso
Diario El Día, Montevideo, 28 de Mayo de 1939.
La china Catalina
Diario El Día, Montevideo, 11 de Junio de 1939.
Aclarando pormenores de Historia: un retrato y un apellido
Diario El Día, Montevideo, 26 de Junio de 1939.
Jaime Hernández, famoso librero montevideano
Diario El Día, Montevideo, 23 de Enero de 1944.(Archivos JPG, 1258 Kb)
Montevideo en 1857
Diario El Día, Montevideo, 16 de Abril de 1944.
Las primeras fiestas Mayas de Montevideo
Diario El Día, Montevideo, 28 de Mayo de 1944.
Antiguos retratos femeninos
Diario El Día, Montevideo.
Blanes en Paysandú
Diario El Día, Montevideo.
El primer ferrocarril a la frontera
Diario El Día, Montevideo.
Las inundaciones de marzo de 1895 en notas gráficas
Diario El Día, Montevideo.
Nuestro "Miércoles negro"
Diario El Día, Montevideo.
>> Libros
Pintores y escultores uruguayos
Tapa, dedicatoria e índice.
Imp. El siglo ilustrado, Montevideo, 1916.
Juan Carlos Gómez sentimental
Conferencia leida el 17 de Julio de 1917.
Imp. Peña Hnos., Montevideo, 1918.
Historia general de la ciudad y departamento de Salto
Tapa, Nota preliminar e índice.
Imprenta Nacional, Montevideo, 1920.
El historiador Antonio Deodoro de Pascual
Estudio leido el 21 de Octubre de 1926 en sesión plenaria del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay.
Montevideo, 1927.
Iconografía del General Fructuoso Rivera
Fragmentos. Imprenta Militar, Montevideo, 1928.
Juan Manuel Blanes
Tapa, dedicatoria e índice.
Impresora Uruguaya, Montevideo, 1931.
Historia del puerto de Montevideo
Tapa e índice.
Administración Nacional de Puertos, Vol. I, Montevideo, 1939.
Gobierno y época de Santos
Tapa,índice y prólogo. Montevideo, 1940.
Diccionario uruguayo de biografías. Nota preliminar.
Editorial Amerindia, Montevideo, 1945.
Diccionario uruguayo de biografías 1810-1840.
Editorial Amerindia, Montevideo, 1945.
Historias del viejo Montevideo I
Editorial Arca, Tomo I, Montevideo, 1967.
Historias del viejo Montevideo II
Editorial Arca, Tomo II, Montevideo, 1967.
La figurita aquella
En El consistorio del gay saber, Tomo 3, Centro Comercial de Salto, Salto, 2004, Págs. 133-134.
Fernández Saldaña (José M.)
En Quién es quién, Montevideo, 1937, Pág. 184.
José María Fernández Saldaña. Relación de su obra bibliográfica.
Luis Alberto Musso Ambrosi, Biblioteca Nacional, Montevideo, 1989.
El Consitorio del Gay Saber
Fragmentos. Leonardo Garet (Coord.), Centro Comercial e Industrial de Salto - Intendencia Municipal de Salto, Salto, 2004.
José María Fernández Saldaña
Leonardo Garet, Centro Comercial e Industrial de Salto - Intendencia Municipal de Salto, Salto, 2004, Págs. 26-27.
Archivo de José María Fernández Saldaña. El primer historiador de la fotografía rioplatense.
Juan Antonio Varese, en Historia de la fotografía en el Uruguay, Tomo 1, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2006.
Letanías, leyendas y ensayos
Fragmentos. Selección de obras anotadas y comentadas por Leonardo Garet (Coord.), Centro Comercial e Industrial de Salto - Intendencia Municipal de Salto, Salto, 2006.
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